Hemos dejado casi para el final del año una de las películas más asombrosas que hemos podido ver en 2014 encuadradas en ese etéreo circuito independiente norteamericano. Sucede que no siempre es fácil encontrar las palabras que no solo reflejen fielmente aquello que queremos extraer de un film sino que además no lo adulteren. Las vidas de Grace es una experiencia tan conmovedora, delicada, honesta y transpirable que necesita poca justicia poética, salvo aquella que solamente cumpla el propósito de hacernos más intensamente humanos, como todos sus protagonistas.
Destin Cretton, cineasta conocido por su retrato de la escena indie de San Diego en I’m not a hipster, introduce sus lentes borrosas en Short Term 12 (el título original de la película), un centro de acogida de estancia corta para adolescentes desfavorecidos, conflictivos o en riesgo de exclusión social. Allí ingresan para buscar una oportunidad hasta cumplir la mayoría de edad. Desde la anécdota inicial de la película, conocemos a sus protagonistas, cuidadores del centro. Son la propia Grace y su compañero de trabajo y novio Mason. Y todo lo que piensan, sienten y padecen tiene un determinante incontestable: las vidas rotas de los chicos con los que tratan todos los días.