‘Julio César’, de Joseph L. Mankiewicz. ‘Cuando el verbo se hizo cine’ vs ‘Un Shakespeare distante y solemne’

Julio César

CUANDO EL VERBO SE HIZO CINE

“La culpa, querido Bruto, no es de las estrellas sino de nosotros mismos.”

Julio César es teatro hecho cine, quizás la mejor adaptación que se haya abordado de una obra de Shakespeare dentro de las más de 300 versiones realizadas de las piezas teatrales del autor. Sin embargo, no se trata de  una adaptación cualquiera. Joseph L. Mankiewicz, su director, apuntala las tablas de esta cinta ofreciendo una auténtica lección de cinematografía. Nunca una cámara se convirtió en un cómplice tan ágil, descriptivo y resuelto de las palabras del ilustre Bardo de Avon como en esta película.

trío

Por eso nunca dejará de fascinarnos la perfecta simbiosis que se produce en ella entre el texto dramático y el gran abanico de recursos cinematográficos que se utilizan a lo largo del metraje. En la película se prodigan picados y contrapicados que, por ejemplo, enfatizan emociones, ridiculizan la humanidad de un ‘dios – César’ demasiado mundano o admiran la astuta oratoria de un Marco Antonio vengativo. Abundan los planos que perfilan los rasgos de humanidad, grandeza e indecencia de los personajes. Y la grúa regala momentos impagables, como cuando, a bordo de un travelling, huye de un Casio (John Gielgud) que revela a los espectadores sus tenebrosos propósitos.

contrapicado

La película trata la conspiración que se fragua para terminar con la vida del dictador Julio César (Louis Calhern) en el año 44 a. C. y es un retrato minucioso del poder, la ambición y la envidia. Habla sobre los enigmas de la conciencia del ser humano y sobre el ambiguo concepto de la responsabilidad.  Recoge el espíritu del texto de Shakespeare a la hora de mirar al complejo personaje-epicentro de la película, Julio César, observado, como es costumbre en el cine de Mankiewicz, desde diferentes puntos de vista (así, aparece como un dictador ladino que se apropia de la voluntad del pueblo con fáciles prebendas y como un líder humanista y avanzado a su tiempo).

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‘Eva al desnudo’, de Joseph L. Mankiewicz: ‘De dioses, advenedizos y brillantes diálogos’ vs ‘Cría cuervos y se atreverán a triunfar’

DE DIOSES, ADVENEDIZOS Y BRILLANTES DIÁLOGOS
“Aunque no existiera nada más, está el aplauso. He oído entre bastidores aplaudir al público. Es como oleadas de amor que pasan sobre las candilejas y la envuelven a una. Imagine que cada noche, cientos de personas distintas te quieren, te sonríen, les brillan los ojos. Sí, eso no se paga con nada”. Eva Harrington (Anne Baxter) dixit.
 
Eva es un ser hambriento, seguramente herido, que disimula el vacío de su existencia con una ambición mundana: ser primera dama de la escena norteamericana. El teatro es su religión y el ansia de éxito, su coartada para dar rienda suelta a su naturaleza y convertirse en una de las arpías más inquietantes de la historia del cine. Eva Harrington es la protagonista de una de las películas más perfectas que hemos tenido el placer de disfrutar, una y otra vez, con el ansia sistemática de un adicto. Hablamos de Eva al Desnudo. Es la invención de un genio, Joseph L. Mankiewicz (dirección y guión), basada en una historia de Mary Orr que fue publicada en la revista Cosmopolitan, y que hasta no hace muchos años figuraba como el filme con más nominaciones a los Oscar de la Historia (14 es la cifra). En concreto, hasta que el Titanic se hundiera a bordo de una ‘taquillera-superproducción’, momento en el que se equipararon ambas películas evidenciando las diferencias de criterio de académicos de distintas épocas.
 
Y es que, sin desmerecer la cinta de Cameron, a Eva al desnudo “sólo” le hizo falta para estar en lo más alto un par de interpretaciones fascinantes (Bette Davis / George Sanders) y un guión que ronda la perfección, donde las escenas encajan al milímetro gracias al mecanismo preciso de unos diálogos brillantes, cínicos, sin vuelta atrás y que nos conducen, con el vaivén de una montaña rusa, por las emociones frágiles de las gentes del teatro. Así, descubrimos el principal talento de Eva: ser capaz de viajar por los egos cebados de artistas de diversa índole dejando huella con halagos estudiados, una devoción afectada y con el disfraz de personaje trágico de opereta. Entre sus víctimas, el retrato más logrado, el de Margo Channing (Bette Davis), una diva que la acoge entre su ‘servidumbre’, una primera dama del teatro en el presunto ocaso de su vida artística. Soberbia, egocéntrica, ahogada en sus propias inseguridades, ‘la Channing’ acabará buscando la redención en la piel de una mujer cotidiana. Entre sus aliados circunstanciales, contará con el sin par Addison DeWitt (George Sanders), un crítico teatral de mordacidad implacable que no es “el bufón de nadie”, aunque sí la perdición de todo aquel que sea objeto de su columna crítica. Los buenos retratos que confeccionó Mankiewicz nos dejan otras dos perlas magníficas: la estupenda presencia de Birdie (Thelma Ritter, secundaria de lujo en muchos filmes inmortales) y el paso cimbreante de Miss Casswell, una jovencita Marilyn Monroe que comienza a balbucear un personaje que poco después perfeccionaría (en Los caballeros las prefieren rubias o Cómo casarse con un millonario).
 
La película atrapa desde el minuto cero de metraje, con esa presentación de personajes, tan deslumbrantemente irónica, que se hace durante la entrega de premios donde Eva Harrington será homenajeada como mejor actriz de la temporada. Hay una voz en off, la de Addison DeWitt, que retrata, a golpe de cinismo, el reparto que protagonizará la historia que se nos va a contar. Mientras DeWitt nos deja sin aliento en una sucesión de frases chispeantes, paseamos por los rostros de los personajes, pura expresividad, entre la contención y la sobreactuación, pero en cualquier caso siempre contando que han sido víctimas colaterales del huracán de talento, ambición y sensualidad que les acaba de arrasar. Dos lecturas y toda una sinfonía de matices, descripciones, rumores y confesiones puestas en escena de forma prodigiosa y en escasos minutos.
 
Eva al desnudo es, además y en nuestra memoria, el recuerdo de una interpretación inolvidable. A Bette Davis nunca la hemos visto tan frágil dentro de su coraza, tan tierna sin perder su indómita independencia, tan impredecible, a pesar de su naturaleza vehemente. La actriz es capaz de componer un fabuloso y complejo mosaico de actitudes, gestos y presencias diferentes ante la cámara, sin apenas despeinarse. Y qué decir de Sanders, único del reparto que se llevó el Óscar a la estantería (también estuvieron nominadas Anne Baxter, Bette Davis y Thelma Ritter), más comedido, gélido e inquietante en su perfecta interpretación, según cánones de la vieja escuela británica.
 
Para finalizar, queremos ponerle un ‘pero’ a nuestra película, por aquello de dejar un mal sabor de boca. A pesar de su bella factura, hemos de decir que nos sobra el epílogo porque nos resulta un tanto simplón, no está a la altura del resto del metraje. Nos referimos a la secuencia en que Eva conoce a otra depredadora, una joven con el mismo afán de éxito que tuvo ella. Dicen que la culpa de este falso apéndice la tuvo el Código Hays que por aquel entonces censuraba los finales donde los villanos se salían con la suya y no recibían su correspondiente castigo. Nos gusta pensar que fue así porque, por supuesto, Eva, con toda su singularidad, no era sino una muchacha más, una de tantas, que sueña con devorar a sus dioses para encontrarle un hueco a su anodina vida. Después de todo, ésto parece ser lo único que hemos llegado a saber con certeza de Eva, su ‘pecado original’

Margo Channing en la frase más lapidaria de la película:

 

CRÍA CUERVOS Y SE ATREVERÁN A TRIUNFAR

Cómo disfrutaban los que dirigían el Star System sabiendo que en los años de oro, en la edad madura y creciente del cine, los diálogos frenéticos, rápidos, llenos de consignas fabricadas, con personajes que sabían recitarlas de memoria, habían acabado para siempre con el drama que sale después de la alzada del telón. Y precisamente por eso, cómo agotaron los últimos cartuchos del género dramático sobre el escenario, cuando precisamente el teatro había quedado relegado a una élite que vivía en su propio mundo, alejada del ruido, admirando un talento solo destinado a unos pocos. Eva al desnudo representa el intento (solo el intento) de aprovechar estos recursos ya conocidos del teatro en el cine, solo que con la mala mano de no conseguir eclipsarnos con el brillo de recetas cuyos ingredientes no son bien mezclados y llevan oscuras intenciones, dando lugar a un pastiche de genios escuchándose a sí mismos.

El polifacético Joseph L. Mankiewicz tuvo muy clara esta regla de tres desde el principio, y no tardó en condimentar un relato, basado en una historia real ya novelada, y coger de la mano al todopoderoso Darryl F. Zanuck, cuando los productores aparecían en los títulos de crédito en caracteres más grandes que los directores, para dirigir este ascenso en el mundo del teatro de un pobre corderillo que de buenas a primeras resulta ser una tigresa de garras afiladas, la malvada de las malvadas.
Y es indudable que desde el principio, Eva al desnudo olía a éxito. La lobezna Bette Davis compartiendo cartel con el salomónico George Sanders y nuestra Nefertari preferida, Anne Baxter, en la escalada de una, primero desvalida pero luego maquiavélica, estrella, no parecía indicar otra cosa. Pero un imperdonable inconveniente es que esta película transcurre entre diálogos de taller de cine, donde la cámara apenas se mueve y algunas palabras suenan falsas, exaltadas o cursilonas. Con exteriores pobres tirando a cutres (y pensar que después Mankiewicz alumbró Cleopatra…), actitudes incomprensibles y gestos excesivamente teatrales (no sabemos si involuntarios o no). Como una mal dirigida obra de teatro pero desde el cine. No creemos que los Óscar sean la prueba irrefutable de nada pero no podemos por menos que coincidir con la Academia en esta ocasión, ya que de los seis galardones que obtuvo, prácticamente ninguno fue de interpretación, pese a su reluciente elenco.
Si tales desmanes hubieran estado puestos al servicio de una crítica destructora de clichés, reverencias haríamos, pero resulta que Mankiewicz al final solo consiguió transmitir la reafirmación de aquello que supuestamente criticaba: una sociedad megalómana formada por actores, escritores, directores y críticos, cuyo engranaje a base de amiguismos y absurdas lealtades parece justificar en cada secuencia, considerando una traición imperdonable que un autor teatral amigo tuyo no te dé un papel o que un crítico con el que coincides en fiestas te haga una mala reseña. Tan mal le salió la acusación, que halaga y ensalza este micromundo.
Incluso perdonables serían también tales desbarres técnicos, de dirección y de intenciones, si no fuera por lo peor de todo, que se une a la defensa de la endogamia teatral: nuestra falta de identificación con la supuestamente agraviada Margo Channing (Bette Davis). Parece que quieren decirnos que tenemos que tener cuidadito con quién metemos en nuestra vida y acogemos en nuestro seno, porque ya se sabe, te puede sacar los ojos, y sin embargo, por aquí solo entendemos que Eva Harrington (Anne Baxter) trepa sin miramientos por escaleras que han sido puestas para ella, y criada como cuervo y viendo cómo funciona el mundo en que se ha metido, intenta mostrar lo que vale y enseña a su benefactora cómo es realmente bajarse del pedestal de plata. Bienvenida al mundo real, señora de la interpretación metida entre bambalinas y con conflictos de edad. Seguro que ni la Davis, lista como ninguna, se creyó esta historia y que rabió de envidia cuando ese mismo año Billy Wilder sí que se atrevió a morder la mano que le daba de comer e hizo un demoledor retrato de estrellas apagadas en El crepúsculo de los dioses, con una portentosa Gloria Swanson.
El caso es que en la historia que nos ocupa, al final, la que nos venden como ambiciosa y malvada Eva, vivirá castigada por lo que ha hecho. Y el grupúsculo de actrices, autores, directores y productores teatrales seguirá su camino alegremente, una vez que la mala de la película, el cuervo que criaste, el que se atrevió a querer triunfar, ha sido castigado y puede poner su gran trofeo en el lugar que antes ocupaba su corazón. Qué bonito. Pues moralinas las justas, la verdad. Que, como decíamos, el cine ya andaba madurito en 1950 y estamos seguros de que tampoco entonces, como ahora, existía un código de buenas damas para penalizar a quien trepa en el mundo del séptimo arte. Eva triunfa pero es chantajeada por haber tenido una vida oculta, con un romance adúltero (oh, sacrilegio) y algunas medias verdades. Queda desnudada con una sentencia que no comprendemos y que por tanto, apelamos.

Para terminar, unas anécdotas muy curiosas sobre la película: