Si algo tenemos claro después de verla es que 71 es una película de atmósfera. Muy densa. Es el retrato de un laberinto encerrado en una noche y en pleno Belfast. Un infierno situado en los aledaños del Domingo Sangriento. Se trata del primer largometraje cinematográfico del director de producciones para la televisión Yann Demange, en el que un soldado británico Gary Hook (Jack O’Connell), solitario y de pocas palabras, se separa de su destacamento en su primera misión en Irlanda del Norte. Queda perdido y abandonado. A la deriva en medio del caos de una ciudad que vive en un constante estado de sitio. Gary se verá perseguido por los independentistas del IRA, buscado con demasiado celo por los servicios secretos colaboracionistas, y manipulado por los unionistas. Pero las etiquetas no funcionan de manera fiable en la película porque, en todo momento, existe una gran confusión. Desaparecen los bandos para dejar paso a un buen puñado de intereses encontrados, con matices tan cínicos como los que puede engendrar la naturaleza humana en una situación límite.
En 71 todo es amenazador. Los personajes están enfrentados en un agónico conflicto que supera su dimensión histórica. Poco a poco vamos entendiendo que tiene que ver con la simple existencia, con el trauma de estar vivo y el esfuerzo de la supervivencia más que con la lucha de un pueblo por su independencia o el deseo de mantener intacta la unidad de una nación. La película no tiene identidad, ni religión, ni patria, ni causa que defender. Casi se podría decir que resulta anecdótico que el protagonista pertenezca al ejército británico. Aunque no se puede negar que su condición de invasor convertido en víctima juega a favor de la película porque cuenta con su fuerza dramática.
Yann Demange es un cineasta que demuestra tener habilidad narrativa y sentido del ritmo. Su película cuenta con momentos magistrales, como la secuencia de tensión brutal en la que los vecinos de Belfast se encaran con rabiosa violencia contenida a los militares británicos o la potente persecución del soldado cuando huye de los irlandeses adentrándose en el laberíntico Belfast. Esas estrechas calles de la ciudad, que son como colmenas deshilachadas por la miseria y el abandono. Una sensación de ruina acentuada por el estilo apresurado e inestable de la cámara en mano. El film reserva también algunos giros narrativos completamente insospechados que le reportan tensión e interés.
Sin embargo, 71 no es una película redonda. El dibujo del personaje protagonista que realiza Jack O’Connell es algo monocorde, le falta nervio, quizás resulta demasiado pasivo. Apenas se nos deja ver su dimensión humana más allá de la esquemática relación que tiene con un hermano menor al que deja atrás en Inglaterra. Tan sólo le percibimos en su desesperado intento de sobrevivir y ello, paradójicamente, no le da profundidad o relieve.
Además, el exceso de sobriedad es demasiado evidente. Como si le diera miedo a Yann Demange pasarse con los sentimientos y que la película quedara también abandonada a su suerte, inmersa en otro tono más previsible. Como si no soportara la idea de restarle crueldad al mundo retratado y el infierno no se mereciera una segunda oportunidad, algún tipo de redención.