Hay un hombre buscado en todo el mundo que es, en realidad, un niño desamparado. Sin raíces, sin ternura y sin rumbo. A la deriva. Es también un joven checheno (Grigoriy Dobrygin), de padre ruso y madre-niña forzada, que resulta sospechoso de pertenecer a movimientos yihadistas radicales. Su nombre es Issa Karpov y llega a Hamburgo para reclamar la enorme herencia que le dejó su padre. Una fortuna que hace saltar las alarmas dentro de los servicios de espionaje americanos y alemanes, entre los que se encontrará su más férreo y paciente perseguidor, Günther Bachmann (Philip Seymour Hoffman).
El hombre más buscado es algo más que una historia de espías, es una visión del mundo completamente desencantada, donde el cinismo que se respira en su atmósfera, lejos de marcar distancias con cualquier tipo de emoción, se hace dolorosamente humano, de una manera resignada, que no tiene vuelta atrás. Este universo del escritor John Le Carré está presente en esta película. Un film en el que prima la narración cortante, seca, con poca concesión a los sentimientos. Sin embargo, esa misma sobriedad, que tan buena fortuna ha hecho otras veces en el género, tiene en la película su inconveniente. De alguna manera, traiciona la intensidad dramática de la historia, un potencial a veces desdeñado en la cinta. Y esa es su principal falla: su falta de cordura dentro de un mundo de tensiones, de política sin alma e intereses encontrados. Es también una película que se presta a interesantes reflexiones. Contrapone dos maneras diferentes de entender el terrorismo, de comprender sus causas y de encarar el problema que supone en un mundo en constante estado de confusión.
En el film, las secuencias nos producen vértigo porque tienen, muchas veces, la mirada inestable, como de falso documental. Estamos ante una obra rápida, con un ritmo meteórico, que va al grano y no se entretiene en escenas de acción que podrían haber hecho más llevadero el producto final, pero también podría haber traicionado el mosaico de personajes que presenta. Un puzzle de personalidades que se dan de bruces con la realidad en un desenlace monumental, intenso, completamente inesperado.
El hombre más buscado encuentra su atmósfera en una ciudad de Hamburgo que tiene una ‘fotografía de acero’ muy bella, fría y envuelta en grises sin horizontes. Hace alarde de una estética cuidada y propia de un fotógrafo celebrado, como lo sigue siendo su director, Anton Corbijn. Aunque este aspecto haya molestado a más de uno, lo cierto es que resulta eficaz, narrativamente hablando, porque se convierte en una especie de mal presagio, de presencia inquietante y omnipresente.
Pero lo mejor de la película es algo más simple. Como ocurre en todas las obras de Le Carré, el poder de fascinación se centra en su protagonista y, en este caso, además, en la interpretación, magistral y patética de Seymour Hoffman. El actor se mete en la piel de Günther Bachmann, un espía alemán astuto, gordo y solitario. Una especie lobo estepario que se aferra a sus cigarrillos para no tener que mirar de frente a los otros. Es un hombre que arrastra una penitencia, un error descomunal que cometió en el pasado y del que se sobrepone porque no le queda otra. “Los hombres que confiaron en él murieron”, en el Líbano, pero no hay tiempo para recordarlo. Tiene que tirar hacia adelante como sea, ahogando sus voces mientras toca el piano, echa sus buenos tragos o cumple con su deber: vital, anónimo, sin dejar huella.