“¿Acaso es pecado intentar sobrevivir?” Como una certeza indecente se cuela la pregunta en la conciencia de Ewa (Marion Cotillard), una inmigrante polaca que llega a Estados Unidos en los años 20 junto a su hermana Magda, con el hambre de ‘nuevo mundo’ del que huye de la miseria. Sin embargo, en las puertas del ‘Paraíso’, la Isla de Ellis, se da de bruces con la realidad. Su hermana es retenida y puesta en cuarentena por tener tuberculosis y ella, abandonada, desorientada, solo encuentra acceso a la Tierra Prometida por la puerta de atrás. Cayendo en manos de un extraño proxeneta sin alma, Bruno (Joaquin Phoenix). Un hombre taciturno, ‘perdido’ que venderá el cuerpo de Ewa con una indiferencia tan brutal como la obsesión con la que se enamorará ella.
El director de El sueño de Ellis, James Gray, no cayó en la tentación. En la película, el momento histórico, la denuncia social tan lejana y cercana a nuestros tiempos queda en un segundo plano. En cualquier otra película hubiera sido fascinante e imprescindible su desarrollo, pero El sueño de Ellis se traía entre manos otro tipo de historia. Una historia más intimista y emocionante que se hubiera perdido en un proyecto más ambicioso, en una narración más universal. De este modo, la tortuosa y compleja relación de dependencia que se establece entre los protagonistas se apodera del primer plano y eclipsa cualquier momento de respiro, cualquier instante de paz en los personajes. Y esa es su mayor virtud.
Sin embargo, la fuerza dramática en el film decae en algunos momentos del metraje. Hasta el punto de que a veces da la impresión de que la historia debería haber sido contada a través de otras secuencias, debería haberse desenvuelto a través de otras situaciones. Hay instantes terribles y fantásticos por la calidad dramática que alcanzan. Como la cutre venta de cuerpos de las prostitutas, ‘tristes aristócratas’, en los rincones más sórdidos del parque o el momento en el que Bruno, ansioso por apoderarse del alma de Ewa, escucha sus piadosas confesiones en la iglesia.
Y completamente torpe es cualquier instante que recrea el conato de romance que la protagonista mantiene con el mago Orlando, interpretado por Jeremy Renner. Ni siquiera el buen hacer de la pareja sabe ‘encender’ la química necesaria. Incluso llega a dar la sensación de que el triángulo amoroso ha sido forzado para poder encontrar un emocionante desenlace, pero al que le falta definición y quizás algo de verdad. Y eso aun cuando los actores parecen poner toda la carne en el asador. Marion Cotillard despliega su talento trágico y llena de bellos primeros planos una película que cuenta con una estética hecha a la medida de su intensa mirada. Joaquin Phoenix continúa perfeccionando su especialidad, los personajes atormentados, mientras que Jeremy Reener se esfuerza en dar el tono.
La mirada se relaja y disfruta sin esfuerzo cuando se encuentra con una película de vocación clásica. Un argumento interesante que se ve acompañado de una inmensa fotografía, unos personajes oscuros y una ambientación esmerada y rica en detalles. Una película, vaya, con vocación de trascender a la que, sin embargo, le ha faltado pasión para ello. En cualquier caso, será difícil olvidar el impresionante plano final de la película. Dejando atrás el desenlace, la película se aleja de nuestras vidas con un hallazgo visual memorable.